viernes, 12 de diciembre de 2008

Elogio de las esquinas:

En la librería Prometeo (Honduras y Gurruchaga) encontré un pequeño libro que lo ilustra de manera más bien sencilla; en tan sólo 24 fotos, tomadas a una por hora desde un punto fijo, se observa como la ciudad se va llenando como un cauce por un día, para morir en cauce seco por la noche: una lengua de autos, señores y señoras, monos, culebras y guepardos, que literalmente barre la vereda, sin piedad con la pausa pero con mucho ritmo.

Ahora bien, si tenemos en cuenta que la secuencia está tomada en la intersección entre dos calles, a duras penas podremos hacernos a la idea de una panavisión que contenga todos los cruces de la ciudad. Si el hecho reducido a un punto semeja un cauce, multiplicando el resto de puntos, obtenemos una plaga oceánica crepitante. Si la vista es aérea, - tal cual fue tomada la secuencia -, podría parecer que se trata de un hormiguero. Pero si el hecho se convierte en experiencia, a pie de calle, en calidad de forastero, entonces lo que pasa es que uno se encuentra de repente absorbido por una inundación, que lo arrastra sin más, a puntos insospechados.

Buenos Aires te anega, pero no me rendí a la primera. Paré este cuerpo a mitad de calzada y blandiendo en la mano mi carnet de urbanita a modo de emblema - yo soy como ustedes!! -, grité; por poco me afeita un auto las gambas, además de regalarme un bonito himno. - Hijo de mil putas, plantá la banderita en la concha de tu madre!! -. Turbado, busqué respuesta en la ternura materna, detuve a una vieja, ni lo pensé. Agarré su brazo y le increpé suplicante - yo soy como ustedes -. Creo que da igual la frase que en ese momento emitas, la reacción es propia del manual geriátrico de autodefensa:

1º Si un desconocido le da el alto en la vía pública, apriete el bolso contra su axila, es probable que quieran robarle.
2º Asegúrese de que no es un familiar quien se dirige a usted, ni un agente, ni un cura.
3º Grite con fuerza para que le oigan.

- Atorrante, esto es atorrante!! -, me bufó la bestia, mientras me plantaba un castañazo en todo el melón. Y en realidad pienso que razón no le faltaba, vivimos en y por la neura, pero aquella vez yo era sólo una víctima pidiendo clemencia y sintonía.

Como una flor de plácton deambulé embebido por Scalabrini Ortiz; aún recuerdo la incógnita: Qué medirá más, Paraguay o su calle homónima (en este continente uno aprende a desconfiar de las obviedades)
Deben ser los primeros síntomas del naúfrago, pero todo comenzó a parecerme indiferente. Masa, materia, bloque intransitable. Quería llegar a casa y sestear. El calor era un grito, el sudor un llanto, la orientación un espejismo.
Le recé a mi patrón, en bajito, con la fe de los pájaros, a ver si él era capaz de sacarme del desierto: San Arrojao de Bruces, tú que supiste jugarte el tipo y sacar tajada en cada mano, ayuda a éste tu joven acólito. Pide al señor que dome a mi musa y me afile el ojo. Socorre a los que aspiramos. Salud.

El tráfico se abrió entonces a mis pies como las aguas en aquel cuento. En diagonal, en una esquina, brillaba sugerente un luminoso de taberna. Debajo, San Arrojao, me guiñaba el ojo y me llamaba sólo con el dedo. Era bien de día, pero debe ser que los milagros se alumbran a parte. Varela Varelita decía el cartel. Sentí la tentación y volé cruzando la calle. Cuando giré por cauto la cara hacia los coches - hay que entender que mi fe aun era parvularia -, me pareció ver a aquel que un rato antes me había regalado una linda tonada después de casi fracturarme. Le sonreí orejudo y le regalé por gesto el índice y el meñique. Él me tiró un beso. Ya soy uno más, pensé aliviado.

Entré al bar como se entra a un templo: las lentes limpias, la entraña iluminada. Me senté junto a la ventana. Pedí cerveza y sandwichito de lomo: Con mayonesa señor? Y con amor -, le dije al camarero. El primer trago me supo a gloria y escupí el resto al suelo dando gracias a mi santo. - Echamos unas cartas -, preguntó. - No, gracias. No me siento muy siniestro -. Dicho lo cual, él cogió la prensa y yo me puse bien bohemio a mirar pasar la vida frente a mis ojos como la brisa peina los campos de trigo en otoño... (miento). Mejor decir que empecé a recrearme, desde la paz más puerca, con cada atributo femenino que por mi vista cruzaba: eso es caminar y lo demás joder el suelo..
Tan lleno de gracia estaba; no pude por menos que garabatear un ripio sobre una servilleta. Lo titulé, "Milanga Sentimental":

Varela Varelita
chaflán de media vuelta,
tan gris salmón
y enjuto paladar,
tres cuartos y lomito,
bombilla tuerta,
me asalto en cada mina
que veo pasar.

martes, 2 de diciembre de 2008

Querido Jose Alfredo,

La cita era a las 14h y el reloj marcaba ya las 13 y 15h. Me lavé la cara, depuse - bien tierno -, y rebusqué la dirección en mi libreta: Hotel Lion, calle Riobamba. Me lancé a buscar Corrientes - siendo una arteria, en algún punto cruzaría mi destino - pensé. Pregunté: a diez cuadras. Maldita sea esta medida de la cual no pillo el patrón! Caminé, bajo un sol de chicle que empezó a lamerme. Buenos Aires..

A mitad de la avenida, recién pasado Callao, comencé a darme cuenta de dónde estaba. Mi herramienta - dos piernas - resultaba útil, pero tremendamente lenta. Malos aires, sol, sed y Riobamba un mito en la memoria. Confundí un par de veces el nombre de la calle y creí estar en Nokia con Corrientes! Caí del guindo y apuré mi primer trago de financiación privada. Cuando por fin llegué al hotel, los músicos me esperaban hacía más de media hora..

Comimos en Chiquilín gran bife de lomo jugoso y enamoráme por la panza hasta el día de hoy de este país. Tengo que hacer especial mención al camarero que nos atendió: trato impecable, al menos un chamullo bien hilado y un pelo graso que le peinaba el cráneo alineado en cuatro mechones; Bono, creo se llamaba; aun conservo su tarjeta, además de una banderita argentina que robé, la cual coronaba mi filete a modo de emblema satelital.

El Metropólitan, como dicen los entendidos, es una conquista menor. El Rex ya son mayúsculas. Pero aquella tarde había ganas de sellar la contramarca, aunque en vez de vaca fuera un ternero de batalla el que montábamos (será el hidrato quien me dio este humor). Del camerino a las tablas, prueba de sonido, buffete de frutilla y jamón crudo, nervios, tensión de última hora, corrillo, un grito al aire y a torear.
Me quedé entre bambalinas, al menos el primer tema. La banda armó los primeros acordes y Ella arrastró los pasos como se arrastra un dedo por un filo de Bohemia. Todo era frágil sobre el escenario, yo tiritaba a la sombra, hasta sentí el vientre patinar.. Con el primer fragor de aplausos aterricé (segundo vuelo en un mismo día) Decidí entonces abutacarme como uno más y, ya sí, disfrutar a pleno del recital.

A mi izquierda se sentó el manager: un ojo en el show, el otro, ufano de si, celebrando el triunfo de antemano, en vista del interés mostrado por los capos de Warner, que a su vez no paraban de hacerle señas sin apenas girar el cuello.
El espectáculo avanzaba engranando con acierto cada pieza. No recuerdo en que momento, la banda tocó tierra y germinó un diálogo con el público, que ya no paró hasta los bises. Hubo picos de alta tensión con las Carnes Paralelas y el Asesino. De a poco nos abrazamos el manager y yo, aunque no sé si por machos o por mantener los roles, nos contuvimos en el último momento y supimos estallar en silencio: pelo de clavo, pero ante todo cordialidad.
A insistir del público, remató la banda por segunda vez, ahora al borde de escenario y a capella, llevándose el Nostalgias de bulerías y a hombros. Puerta grande, saludo y titular a este respecto - como no - en las reseñas del día siguiente.

El bombeo se fue apagando en la sala, el rumor sonaba a trino al alejarse, las palmaditas correspondientes en la espalda llegaron a quien corresponde, presentaciones rápidas a pie de escalera, promesas de fechas que se cierran de a un año sin ningún reparo, llámame sin falta.. Aguanté dos minutos de protocolo, soy un salvaje - lo sé -, me zambullí de un salto en el baúl de la coplera, di dos palmas y al toque cuatro mozos de purpúreas cabelleras me bajaron hasta el backstage. Allí sí había bombeo, copeo, mamoneo y peores cosas que contar, allí me uní al ritual de saltar en calzones junto a los músicos, agitando las feromonas para las gatas que se apiñaban afuera afilando sus uñas de Cacharel, allí disparé contra los ángeles de las esquinas del techo y le recé a Petronio buenaventura en mi cháchara, allí conocí a Brahma, a Stela Artois, a Quisy, de todas robé un suspiro por mi elegancia, allí pude haber conocido a la mujer de mis sueños, a la madre de mis hijos, pero una vez más me entretuvo el picoteo y olvidé pedir la vez.

La noche acabó en un hall donde servían tragos de vodkatonic. Los diurnos pidieron taxis, despedí a los más queridos. Los peores nos quedamos por si algo peor estaba por llegar. Miguel y yo cerramos. Al llegar a su hotel, intenté colarme desapercibido, pero el borracho siempre arrastra su sombra aunque se sienta la mitad de su esqueleto, y el encargado me dio el alto. Resolví el trámite rellenando una ficha de ingreso por una noche con datos falsos, en un ataque de lucidez de esos, también, tan de borracho. No sé quién pagó la cuenta aunque lo supongo - pido disculpas públicas por este esguince -

Amaneció rapidísimo. Bajamos desencajados. Nos estaban esperando. Complicidad entredientes. Conmiseración? Despedí a mi banda, despedí al manager, se iban todos a Chile, y me quedé de nuevo sólo. Congreso rugía - supongo - con su habitual digestión diaria y yo para hilar costumbre pedí un taxi hasta mi casa: A dónde señor? A Palermo Vechio..

lunes, 1 de diciembre de 2008

Querido Jose Alfredo,

Aun turbado por tus tragos, me subí al avión, la ginebra al biés quemando, y enfilé el sueño, tal que un vuelo, con suma turbulencia.
Cuando desperté anunciaron una hora para la llegada. Roí con gusto la bandeja con café y mollete que a saber cuánto tiempo llevaba ahí puesta sobre mis rodillas y volví a caer en un letargo, esta vez último rincón, donde se juntan la modorra y el sudorcillo.

Al desembarcar hice mi cola de rigor en la aduana. La atmósfera, pálida, lamía el rostro de los allí reunidos. No sé si me dijeron hola, cuando legalmente entraba en el país o el agente me espetó un bostezo que murió estampado en mi pasaporte: Turista. noventa días.
Tras el umbral fui deglutido literalmente por el ritmo de una masa que no cabía en su matinalidad: Taxi señor! Noventa y ocho pesos: a ver.., si lo divido entre cuatro.., venga dale. A dónde señor? A Palermo Vechio..

Lo que media entre A y B: un circuito de pilotos, una masa de villas que hacen de cinto y ajustan el polibloque, un atasco inabarcable, cruza un claxón, lo miro, Boedo, tarareo el Tango y me acurruco, estamos a diez cuadras señor, parece poco, me confío, aun quedaban cuarenta minutos.

Acuña de Figueroa con Soler. Una puerta estrecha de una casa chata en una calle, ya sí, tranquila! Mi sorpresa al entrar, mayúscula, un conjunto de mariachis me daba la bienvenida: Que la suerte te acompañe en tu llegada, que la pena no se de en tu despedida.. Planto el bártulo, saludo al perro y alguien me ofrece un trago helado; es una dama, mediana edad, pelo-plasto, mechón-cana, pequeñas lentes y un brillo breve de ojos? Recapitulo. Será la prima? Reviso el número de vuelo en mi tarjeta de embarque, parece que sí, había llegado a Buenos Aires. Y esta era tu casa!

El arte de desintonizar: cuando entre dos frecuencias uno sueña redimirse en la interferencia, lo mejor es comenzar un baile, sencillo, un vaivén por el dial, cada vez más suave, oscilando entre atenciones y despistes, hasta alcanzar un margen de equilibrio, breve como un punto, donde una linea se abre y entonces nos fugamos. Si no, siempre puede apelarse a la derrota del viaje o a una simple ducha para dar al traste con todas las objeciones. Así que me fui al baño..

Cuando desperté, ya no había nadie, sólo Leopoldo, el perro, que me dijo: cambia la hora.