lunes, 1 de diciembre de 2008

Querido Jose Alfredo,

Aun turbado por tus tragos, me subí al avión, la ginebra al biés quemando, y enfilé el sueño, tal que un vuelo, con suma turbulencia.
Cuando desperté anunciaron una hora para la llegada. Roí con gusto la bandeja con café y mollete que a saber cuánto tiempo llevaba ahí puesta sobre mis rodillas y volví a caer en un letargo, esta vez último rincón, donde se juntan la modorra y el sudorcillo.

Al desembarcar hice mi cola de rigor en la aduana. La atmósfera, pálida, lamía el rostro de los allí reunidos. No sé si me dijeron hola, cuando legalmente entraba en el país o el agente me espetó un bostezo que murió estampado en mi pasaporte: Turista. noventa días.
Tras el umbral fui deglutido literalmente por el ritmo de una masa que no cabía en su matinalidad: Taxi señor! Noventa y ocho pesos: a ver.., si lo divido entre cuatro.., venga dale. A dónde señor? A Palermo Vechio..

Lo que media entre A y B: un circuito de pilotos, una masa de villas que hacen de cinto y ajustan el polibloque, un atasco inabarcable, cruza un claxón, lo miro, Boedo, tarareo el Tango y me acurruco, estamos a diez cuadras señor, parece poco, me confío, aun quedaban cuarenta minutos.

Acuña de Figueroa con Soler. Una puerta estrecha de una casa chata en una calle, ya sí, tranquila! Mi sorpresa al entrar, mayúscula, un conjunto de mariachis me daba la bienvenida: Que la suerte te acompañe en tu llegada, que la pena no se de en tu despedida.. Planto el bártulo, saludo al perro y alguien me ofrece un trago helado; es una dama, mediana edad, pelo-plasto, mechón-cana, pequeñas lentes y un brillo breve de ojos? Recapitulo. Será la prima? Reviso el número de vuelo en mi tarjeta de embarque, parece que sí, había llegado a Buenos Aires. Y esta era tu casa!

El arte de desintonizar: cuando entre dos frecuencias uno sueña redimirse en la interferencia, lo mejor es comenzar un baile, sencillo, un vaivén por el dial, cada vez más suave, oscilando entre atenciones y despistes, hasta alcanzar un margen de equilibrio, breve como un punto, donde una linea se abre y entonces nos fugamos. Si no, siempre puede apelarse a la derrota del viaje o a una simple ducha para dar al traste con todas las objeciones. Así que me fui al baño..

Cuando desperté, ya no había nadie, sólo Leopoldo, el perro, que me dijo: cambia la hora.

1 comentario:

Unknown dijo...

bonita llegada... a trago puesto...