jueves, 11 de marzo de 2010

BROTES DE UN AMOR MUERTO (Primer acto)

Cuentan de La Lirio que se fue a desgana comprada por un señorito de esos que tenían tierras en Cuba. Y no es que fuera malo, que la quería, pero La Lirio tasó con pena el precio de sus besos, teniendo que marchar lejos, muy lejos y cambiar su querido puerto por otro desconocido. Dejó el café, sus noches, sus canciones, dejó a su novio, sus amigas, su flor de vida. Ay, pobre Lirio, qué desgracia la suya, cuántas lágrimas en silencio se tragó el océano.

Llegó a La Habana una mañana de Marzo de la mano de Don Ramón, aún en concubinato. Pronto se establecieron en la finca que éste tenía a las afueras y también pronto se casaron. Él ya tenía una edad y ansiaba como nada la descendencia, sangre nueva de su sangre que tomara el relevo de aquella industria que el mismo había levantado con sus manos desde que la heredó de su padre. Pero La Lirio no quedaba encinta y el tiempo fue mermando las esperanzas de Don Ramón. El médico dijo que la razón era el dolor y la nostalgia que la muchacha sentía. Una flor tan joven, todo el día en casa, sola y acostumbrada antes al trasiego marinero. Don Ramón, que la quería de verdad, le propuso un día regentar una taberna que un hermano suyo tenía muy cerca del puerto, así podría sentir de nuevo la brisa en su cara, el sonido del agua, el crujir de los barcos y el bullicio de a bordo al que estaba acostumbrada. La Lirio, por primera vez, supo que aquel hombre que la había comprado era bueno, y entonces, le besó de corazón la frente y le dijo que lo amaba.

Poco duró la alegría de La Lirio y eso que su taberna era el crisol del malecón, y hasta cosquillas notaba ya en el vientre de aquel futuro varón que llevaría su sangre. Lo que ocurrió es que un barco, cargado de guerrilleros, llegó a la isla por una playa e infectó la selva de ideas sublevadas. La alarma corrió como la pólvora, alguien estaba haciendo la revolución. Tarde intentó don Ramón huir a Méjico con su esposa, sus campos de caña fueron tomados al grito de muerte al patrón y él acabó dando con sus huesos en un calabozo. Sospechó pronto La Lirio que la cosa no iba bien y astuta como era, permaneció en la taberna como si nada ocurriese. Llegaron los guerrilleros al poco tiempo de ser apresado Don Ramón y apresaron también a La Lirio, quien con lágrimas en los ojos consiguió enternecer a un guerrillero que la salvó de ir a prisión. Pues qué culpa tenía aquella pobre muchacha, arrebatada al fin y al cabo, a la fuerza, por uno de esos señoritos que tenían tierras en Cuba. Este guerrillero, al que llamaban Rolando, se enamoró pronto de ella y la llevó con él a la selva.

Cuentan que allí La Lirio aprendió el valor de la justicia, se cambió el nombre, se volvió dura y aprendió a matar. Pero esa no era su vida, y un sueño por volver al puerto que la vio partir hace ya mucho tiempo se repetía una y otra vez, alimentando sin remedio la llama de la huida. Así es como una mañana, brumosa de jungla y con ayuda de alguien, La Lirio consiguió llegar a la ciudad y embarcarse de polizón en un barco que la llevó a San Petersburgo. Atrás quedaba aquella isla como una ilusión extraña clavada cual espina.

La historia de La Lirio se sumerge aquí en el silencio y nadie supo más de si llegó viva o muerta a pisar tierra firme. Nadie hasta hace poco, cuando un marinero la vio sentada mirando al mar en el puerto de Punta Umbría. Estaba junto otra mujer. Parecían dos flores sacadas a tiempo de un ramo marchito. Hablaban en voz baja, sin hacer a penas un gesto.

1 comentario:

rubiodemarzo dijo...

la clarividencia se columpia en Fragonard...