lunes, 23 de agosto de 2010

VACACIONES (LO QUE RECUERDO)

Los calamares no son de mar sino de polvo.
El placer de conducir no es lo mismo que conducir y gozar: es la cima una cuneta.
El puente es una puerta sobre el río. Suena tu lengua, Lisabona.

LISBOA
Alfama un patio y el pueblo en mi ventana haciendo vida.
Rua arriba rua abajo: Ahora entiendo por qué me trajiste aquí.
Postal del Tejo. Café & lecciones de catalán: Els toros trancaven la mà, plena de barro.
Mal vino en Chápito y el porno se echó a la calle.
Ponte guapo esta noche que no vamos a un concierto. Yo te quiero por esto.
Cova do Vapor existe. Nada es igual después.
Muqueca & Periquita. Morena Films: A mí me gusta Olivia, como la novia de Popeye.
A la Feria reguñona. Te regalo yo el vestido de niña buena.
Azul ferroviario & gajos de patata. La noche pendiente.

ENSOÑACIÓN EN SINTRA
La reina, impoluta de talco y sin enaguas, va probando una a una las vergas negras de sus esclavos. Bestias prietas, brillantes, sumisas, que dan cuerpo a un rondó de carne exagerada. El bosque exhala los pecados regios. El musgo de los muros de la Vieja Cisterna, acostó algún día los desgarradores gritos de la corte palatina.

Manual de supervivencia: Si el cisne ataca, levante los brazos.
Cuando la playa es peligrosa y uno no entiende la razón.
Ilustrísima Caravana de Gitanos.

Primeras dudas paisajísticas. What the fuck?
Siga la falsa oficina de turismo y llegará hasta el mirador.
Arroz con marisco, caipirohkas y el gran Paulo.

Al infierno por las calas o la extraña naturaleza magnética del resort.
Resolución por unanimidad: El golpe de Estado es inminente.
Tu política del buen humor, ufana y relativista, es el mejor (re)medio para tomar decisiones

FIGUEIRA DA FOZ
Despreciados por el día, colmada la paciencia, arrastramos nuestros cuerpos de consola funesta por el puerto buscando el calor, el que sea, de cualquier pensión que nos acoja. En el delirio que procura el extravío, donde cualquier luz inunda violenta el paseo, se quiebra de repente el aire y llega a nosotros la lengua deliciosa de una melodía. ¡Música! ¡Música en directo! Un piano, jazz, un bar, alguien canta, ¡es allí de donde sale! Irremediablemente el aire se mulle y nuestros ánimos desgastados se alumbran un poquito, ahora sí, de una luz antigua, que invita a pasar, a detener los propósitos, a sentarse a escuchar sin tener que comprender la ilógica dinámica de las compensaciones. Un amable barman nos lee al instante. Pedimos cerveza y se ofrece como improvisado cicerone. Trata, con más voluntad que acierto, de recuperar la fe que perdimos durante el día en los cientos de lugares vacuos por los que anduvimos buscando una quimera simple, un rincón para el alivio. Pero la ilógica se impone, con su presa musical que aplaca el tiempo y pronto comprendemos, tu, yo y el barman, que es inútil insistir por un camino que hasta el momento ese día no nos dio ningún acierto. Así es como nos sumergimos mansos, en el mutismo de los tragos y dejamos que el jazz nos revele la dimensión mágica con la que acabar el día.

Portugal se quema. Fumarolas que jalonan siniestras nuestra huida.
Un pic-nic en la frontera bien vale un sueño. Río Miño en tu espejo, el monte muerto se pregunta cómo.

GALICIA
Baiona & las nieblas. Delirio otoñal de Agosto. Me miro en tus piedras templado.
En Sabarís con los Cossío. ¡Que amable acogida!
Somos lo que no esperamos ser y un cielo clemente se abre a nuestro paso.

Entre el Home y el Udra se esconde un tesoro despacio.
La pesadilla en la jungla del campista no podrá con la expectancia de los exploradores.
El mapa del tesoro se cromatiza en cada nueva expedición: la quimera simple es caprichosa pero se va dejando ver porque previamente la vinimos proyectando. Funciona, y tanto.

El vértigo de la última linea no es más que un margen lábil donde la alegría se expande y descontrola cualquier plan. Jugamos a improvisar un baile incierto de fechas. Lo abstracto refulge y nos colma en dulcísimas dosis. Sabe a crimen apasionado. Sabe a horizonte. Al instante antes de que el sedal se rompa y libere al fin la cometa, que irremediablemente se aleja y se pierde en el infinito.

Balance & carretera. Nos sentimos ganadores. La fortuna se entreabre y deja ver la forma de un gigantesco artefacto. Una suerte de nave en penumbra cuyo motor ha vuelto a ponerse en marcha. Suena el fluir del combustible, como un río de canicas ciclando por arterias de goma.

viernes, 20 de agosto de 2010

EL SEGUNDO ANTES*

La Niña King Kong se llena de esperanza, tiene un sueño, se permite un minutito. Resopla profundo y los ojos se le van al cielo, como dos globos que fueran de cristal, de un cristal antiguo, de uno que estuvo en un cofre y recorrió los mares, de mano en mano, y ahora por fin, tienen el peso de los sueños, ligerito, ligerito.

La Niña King Kong enseña su sonrisa y bate palmas, con sus largas manos tiesas a la altura del pecho. Tiene un sueño y una maletita donde cabe casi todo lo bueno. Se le cae un papel al suelo, es un pasaje, lo recoge y lo besa; brilla como la luna, Niña King Kong.

Lejos, muy lejos, donde el mar se acurruca, allí vive Miguelito. Como cada día, se despierta muy temprano y se va a pescar. El sol ha dejado en él pequeñas arruguitas en las manos aunque trata sus aperos con el tiento de un TEDAX. Arma el cebo con ternura sobre el anzuelo y arroja el sedal al agua acariciando el nailon.

Miguelito tuvo otra vida, en otro tiempo, lejos del mar, una vida peligrosa. Salvó la vida de otra gente, pistola en mano, salvó la suya con mucha suerte, hasta que un día dijo: basta, lo dejó todo y se marchó a perseguir la luz más sencilla que pudo imaginar.

La Niña King Kong se aleja por la carretera, montada en un autobús, abraza su maletita y sueña con un puñado de cosas sencillas junto al mar. Huye, porque tiene esperanza, frente a lo malo, lo oscuro, la negra linea comesangre. Ya salvó la vida a mucha gente y ahora por fin, no quiere que le roben la suya.

El autobús llega a su última parada y La Niña King Kong baja despacito, con miedo y con inocencia, sintiendo la brisa planear en bucles sobre su pelo. Pasito a paso, baja la calle y piensa que el amor es así, sencillo como una sorpresa.

En la iglesia canta una campana y los vencejos son flechas que cortan la tarde. La plaza está desierta y al fondo una luz brilla, es el bar donde el tiempo se detuvo. La Niña King Kong se acerca, apoya la maletita y se asoma a mirar. Tras la barra ahí está, es él, Miguelito, quien la mira congelado. Ella dice hola, y le enseña su sonrisa. El dice, hola, y atrapa el vaso en el último instante.


*Curioso. Este cuentito acaba el segundo antes de que la vida impacte con el deseo y se improvise una historia.

viernes, 7 de mayo de 2010

PROSPECTOS: DE LA PURISSIMA




LA SUSTANCIA:

Son la nueva cara del gusto exquisito, un ejemplo de buena alquimia entre el pedigrí musical y el histrionismo escénico.
No llevan juntos más de un año, no hacen por el momento temas propios, pero son ya un rumor en la noche, y como tal, avanzan con lengua de humo intoxicando locales a golpe de cabaret. Tan pronto suenan jazz que a mambo italiano, travisten un cuplé que hacen pasar por tiple a Brithney Spears. Atuendo años 50, una cantante monumental cuyas curvas volverían loco al mismo Fellini, un trío de ases llevando el groove por viejos callejones, en suma, la BSO del Neorrealismo Madrileño.

Y puede que en la China aún no lo sepan, pero si en hoteles de caché, como el Puerta de América, en donde pudo verse el glamouroso estreno de estío, también en tugurios de alcurnia, como la cocktelería Joselafredo o el club Le Swing, que celebró su clausura con aires de jazz puríssimo y donde cuentan que la cantante se tajó a cuchillo la lengua sentenciando, Madrid se queda mudo.

Si señores, esto es De la Puríssima, espectáculo sin trabas, visceralidad, estilo, un carrusel de viejos y nuevos sonidos que atraviesa oblicuo cualquier esfera sin despeinarse.



LOS COMPONENTES:
Julia de Castro: Actriz, cantante, violinista, amante del burlesque y una de las piezas clave de este proyecto. Como frontwoman se devora al público que da gusto, en especial a los hombres, a los que hace víctimas de su descarnado personaje. Curtida en las jam sessions de la capital y sobre las tablas de los teatros, combina a la perfección el canto con el dramatismo. Puede producir atavismo si se atiende con rigor a sus consideraciones estéticas.

Miguel Rodrigañez: Contrabajista y la otra pieza clave que concluye el proyecto. Se encarga de la dirección musical, lo que aporta al grupo una gama rica y rigurosa en arreglos y armonías. Aunque bebe del jazz y el clásico, ha desarrollado con los años una versatilidad que le permite tocar casi todos los palos. Sólo hay que ver como suena, para darse cuenta de hasta donde puede llegar esta banda.

Gonzalo Maestre: Batería. Curtido en la escena jazzera madrileña, también ha formado parte del grupo Marlango. Fino y atmosférico, mantiene viva la base percusiva que alimenta las canciones.

Juan Cruz Peñaloza: Desde argentina, es el encargado de las teclas. Su agilidad tocando se combina de forma óptima con su capacidad para improvisar y no es raro oírle colar de repente un guiño a Spinetta en mitad de una canción de Gershwin.



LA DOSIS. DISCOPUB LA NOCHE. 12/04/2010:
¿Almodovar dónde estás?, me pregunté de pronto, cuando vi a Julia de Castro bajar del camerino ataviada con mantilla negra y peineta. Como si de una virgen se tratara, pisó de puntillas la palestra, mientras el trío la acompañaba de cintura, tocando con aire alegre un pasodoble napolitano.

El local estaba lleno, demasiado en silencio, señaló ella. Era como si los viejos fantasmas del vodevil hubieran sido convocados e infundieran en todos un respeto trascendental. El encargado, Agustín, parecía no haber visto ese aforo desde los tiempos dorados de Olga Ramos. La Noche se limpiaba por momentos las telarañas y recuperaba sus galones de café cantante.

Poco a poco la sensualidad y la brillante ejecución fueron templando el ambiente hacia una terreno más carnal y el bullicio afloró, aunque moderadamente. Las piezas de Carossone y Buscaglione se fueron alternando con viejos chotis y cuplés, tímidamente travestidos a base de buen swing. La cantante agarró el violín y para el Pichi ya estaba sin mantilla y provocando. El show subía de tono. Ute Lemper se hubiera sentado a mirar el descaro con el que Julia iba retando al público y ganándoselo al mismo tiempo.

Una vez crecido el personaje, el cabaret echó a andar por la tela, y música y monólogo se fueron antagonizando sin fricciones. Exitos de Dean Martin, Peggy Lee o Rosemary Clooney fueron dando brillo y matiz al análisis que esta femme fatale hace del hombre de hoy y de siempre. Hasta cuatro víctimas sufrieron su azote, justo después, nos azuzó sutil con el estándar "You don´t know what love is".

A este le siguieron otros, y el show se amansó, como si acariciases a una bestia de terciopelo y esta te rugiera bajito al oído. Fue con los primeros acordes del "Tico-tico no fubá", que salimos de ese estado narcotizante en el que nos había sumido y cuando nos dimos cuenta, estábamos bailando de nuevo a Carossone o riéndonos con el cuplé que reza: Ramón, es un buen aparato de calefacción.

El show llegó a su fin con un popurrí de alto voltaje, y el que arrancó como uno de los himnos del rythm & blues, "Fever", terminó transformándose, en el rompepistas "Crazy in love" de Beyonce. Toda una lección de estilo y la confirmación de que esta banda es capaz de atravesar décadas sin que el repertorio se desmorone en ningún momento.



*Foto & Videos: One Dragones™

martes, 6 de abril de 2010

N.A.R.C.I.S.O

Narciso
De ti el espejo se ensancha
Narciso
Tú y tú y nada más
Narciso
Saboréate, te encantas
Narciso
Dítelo, orejas de espejo
Narciso
Te sientes claro
Narciso
Contigo siempre
Narciso

....

Escucha:
Empuña la piedra
Retén tu imagen
Arroja la piedra
¡Arroja la piedra Narciso!

....

So-nar-ci
Ni-sar-co
Ro-nis-ca


No llores,
sólo emprende el mundo.

A.P.O.C.A.L.I.P.S.I.S

Pasará,
el día en que todas las aves del cielo
caigan al suelo,
y se hará el silencio.

Pasará,
el día en que todas las piedras del suelo
suban despacio,
y se hará el espacio.

Pasará,
el día en que el agua, la tierra, las ramas, raíces, las flores, arenas, los frutos, lombrices...
se pongan de acuerdo.

Y lo estaremos viendo.
Y lo estaremos viendo.

Por eso:
dame una A
dame una P
dame una O
dame una C
dame una A
dame una L
dame una I
dame una P
dame una S
dame una I
dame una S

¡¡APOCALIPSIS!!

viernes, 26 de marzo de 2010

AUTOR RETRATO:

Se mandó injertar un plumín en el dedo, tenía un sueño: escribir un libro. Pero también tenía un problema, y era que desconocía la forma. Con el plumín al menos, pensó, será más fácil agarrar las ideas que caigan hasta la mano.

-¿Usted entiende lo que me está pidiendo? -volvió a preguntar incrédulo el médico.
- Pues claro -respondió él.
- Pero...
- No se preocupe, ¿cuánto cuesta? - sentenció con una ingenuidad tajante.

El médico no pudo por menos que resignarse, es cierto que el dinero compra casi todo, hasta la clarividencia, y de esto él tenía una montaña.

Una semana después, ya sin las vendas y habiendo cicatrizado, despertó por la mañana en su casa, estiró la mano, miró y ahí estaba, luciendo como un faro, su dedo índice. Había elegido un plumín de lineas elegantes, de acero cromado y bañado en oro. Se sintió orgulloso de su nueva prestación, por fin lo lograría. A escribir, se dijo, y pegó un salto desde la cama.

Todo estaba preparado desde la noche anterior: el escritorio, el tintero, el papel en blanco, el tabaco, la pipa, el vaso de agua.
Se sentó, agarró una cuartilla, mojó su dedo en el tintero y sintió un leve escalofrío. Tenía una idea; escribió:

EL INCREIBLE CASO DEL DOCTOR ANÉMONA
CAPÍTULO 1. LA LLAMARADA


Pero entonces se detuvo. La idea se había esfumado. Respiró hondo. Inquietarse era en vano, sólo había que esperar. A los 20 minutos la tinta había hecho costra sobre el plumín y la cuartilla seguía siendo un desierto titulado. Se levantó del escritorio y sin perder la compostura se dijo, un paseo no me vendría mal.

Una semana después, estaba en un café leyendo despreocupadamente cuando miró por la ventana mientras soltaba una larga bocanada de humo. Era Otoño y las aves volaban por el cielo en bandadas formando una flecha gigante. De repente, le asaltó una idea. Sacó apresurado del morral un cuadernito y un tintero, mojó de nuevo el plumín y volvió a sentir ese escalofrío. Escribió:

EL ECO SECRETO DE LAS NUBES..

De igual modo que otras veces, volvió a sentir un vacío tras ver escritas las primeras palabras. ¿Qué ocurría? ¿Dónde estaba esa idea brillante? Trató de razonar. ¿Si el eco de las nubes era secreto cómo podía llegar a revelarse? Nada. A la hora, con apenas una linea en el papel y el dedo fúnebre sobre éste, sintió cierta pesadumbre y abandonó.

Las semanas siguientes fueron más bien similares. El mismo momento se repetía una y otra vez. En cualquier lugar, una idea lo iluminaba con poderosa fuerza, pero al sacar afuera las primeras palabras, una niebla espesa lo inundaba por dentro. Llegó incluso, por dudosa recomendación, a dormir con el índice metido en el tintero, y claro, las mañanas eran inclasificables, con toda aquella tinta impregnando anárquica cualquier rincón.

Una de esas mañanas, mientras se limpiaba unas manchas, se pinchó con el plumín en el costado y la sangre empezó a brotar de manera importante. No se asustó, no dijo nada, simplemente se quedó mirando atónito como el reguero caía por su pierna y teñía con violencia el blanco del plato de la ducha Se miró el plumín y la sangre que lo cubría le recordó enormemente a la tinta. Tinta roja, murmuró, y alargó las palabras como queriendo darle el margen a una idea arrolladora.

Lo que siguió fue casi una eyaculación. Salió como un trueno del baño, ni se vistió, corrió como pudo resbalando por el suelo hasta su escritorio, agarró una cuartilla hasta arrugarla y escribió sin pulso mientras lo encharcaba todo:

AUTORRETRATO

jueves, 11 de marzo de 2010

BROTES DE UN AMOR MUERTO (Primer acto)

Cuentan de La Lirio que se fue a desgana comprada por un señorito de esos que tenían tierras en Cuba. Y no es que fuera malo, que la quería, pero La Lirio tasó con pena el precio de sus besos, teniendo que marchar lejos, muy lejos y cambiar su querido puerto por otro desconocido. Dejó el café, sus noches, sus canciones, dejó a su novio, sus amigas, su flor de vida. Ay, pobre Lirio, qué desgracia la suya, cuántas lágrimas en silencio se tragó el océano.

Llegó a La Habana una mañana de Marzo de la mano de Don Ramón, aún en concubinato. Pronto se establecieron en la finca que éste tenía a las afueras y también pronto se casaron. Él ya tenía una edad y ansiaba como nada la descendencia, sangre nueva de su sangre que tomara el relevo de aquella industria que el mismo había levantado con sus manos desde que la heredó de su padre. Pero La Lirio no quedaba encinta y el tiempo fue mermando las esperanzas de Don Ramón. El médico dijo que la razón era el dolor y la nostalgia que la muchacha sentía. Una flor tan joven, todo el día en casa, sola y acostumbrada antes al trasiego marinero. Don Ramón, que la quería de verdad, le propuso un día regentar una taberna que un hermano suyo tenía muy cerca del puerto, así podría sentir de nuevo la brisa en su cara, el sonido del agua, el crujir de los barcos y el bullicio de a bordo al que estaba acostumbrada. La Lirio, por primera vez, supo que aquel hombre que la había comprado era bueno, y entonces, le besó de corazón la frente y le dijo que lo amaba.

Poco duró la alegría de La Lirio y eso que su taberna era el crisol del malecón, y hasta cosquillas notaba ya en el vientre de aquel futuro varón que llevaría su sangre. Lo que ocurrió es que un barco, cargado de guerrilleros, llegó a la isla por una playa e infectó la selva de ideas sublevadas. La alarma corrió como la pólvora, alguien estaba haciendo la revolución. Tarde intentó don Ramón huir a Méjico con su esposa, sus campos de caña fueron tomados al grito de muerte al patrón y él acabó dando con sus huesos en un calabozo. Sospechó pronto La Lirio que la cosa no iba bien y astuta como era, permaneció en la taberna como si nada ocurriese. Llegaron los guerrilleros al poco tiempo de ser apresado Don Ramón y apresaron también a La Lirio, quien con lágrimas en los ojos consiguió enternecer a un guerrillero que la salvó de ir a prisión. Pues qué culpa tenía aquella pobre muchacha, arrebatada al fin y al cabo, a la fuerza, por uno de esos señoritos que tenían tierras en Cuba. Este guerrillero, al que llamaban Rolando, se enamoró pronto de ella y la llevó con él a la selva.

Cuentan que allí La Lirio aprendió el valor de la justicia, se cambió el nombre, se volvió dura y aprendió a matar. Pero esa no era su vida, y un sueño por volver al puerto que la vio partir hace ya mucho tiempo se repetía una y otra vez, alimentando sin remedio la llama de la huida. Así es como una mañana, brumosa de jungla y con ayuda de alguien, La Lirio consiguió llegar a la ciudad y embarcarse de polizón en un barco que la llevó a San Petersburgo. Atrás quedaba aquella isla como una ilusión extraña clavada cual espina.

La historia de La Lirio se sumerge aquí en el silencio y nadie supo más de si llegó viva o muerta a pisar tierra firme. Nadie hasta hace poco, cuando un marinero la vio sentada mirando al mar en el puerto de Punta Umbría. Estaba junto otra mujer. Parecían dos flores sacadas a tiempo de un ramo marchito. Hablaban en voz baja, sin hacer a penas un gesto.

sábado, 6 de febrero de 2010

BROTES DE UN AMOR MUERTO (Tercer acto)

EL CAFÉ:
Cuando entraron al café, la tarde estaba pidiendo en el horizonte otra manta más de sangre para taparse y la sombra de las dos mujeres se perfiló limpia hasta el fondo desde el quicio de la puerta. Parecía que el tiempo no pudiese dejar más huella en aquellas paredes lúgubres curtidas por el humo. Pocas caras eran las mismas, aunque aquel bullicio tenía casi apellido. Las mesitas a los lados, funerarias, llenas hasta el borde de hombres rudos fumando, llenos éstos a su vez de mujeres amontonadas en sus rodillas, el escenario al fondo, como una caja damasquina tallada por un ciego de gusto exquisito y la barra bien cerca de la puerta, a su derecha, para evitar que los borrachos no ahogaran con sus vómitos los gorgoritos de las tonadilleras. La Parrala y La Lirio avanzaron sin titubeos hasta una mesa del fondo, tomaron asiento y esperaron, pero nadie venía a servirlas. El primer pase estaba por empezar y la jauría de putas y marineros comenzó a bajar el tono cuando el maître agitó las manos desde el fondo de la barra chistando.
Entonces, como una ola gigante que se cierne sobre una cala justo antes de romper, una sombra se abalanzó sobre el rostro entretenido de las dos mujeres devorando su atención. Ambas se giraron al mismo tiempo y encontraron la figura irritada de la Tres Pelos con actitud inquisidora:
―¿Van a pagar? ―preguntó mirando a La Parrala.
La Lirio buscó en su escote y sacó un billete de mil pesetas, posándolo suavemente sobre la mesa:
―Una de marrasquino y dos vasos, por favor.
La Parrala tembló sin que nadie lo notara, la tensión era un hecho, hacía muchos años que no entraba allí. Nadie parecía haberla reconocido por el momento, nadie excepto la Tres Pelos, que seguía mirándola desafiante. Ella miró a La Lirio y se repuso cuando ésta le guiñó el ojo soltando una risita. La Tres Pelos agarró el billete con sus dedos sucios, lo examinó y se fue a la barra resoplando. Al minuto tenían el pedido sobre la mesa y a la dueña sobre sus cabezas, observando oscura desde la barra. El número dio comienzo, era una vieja habanera picante que hablaba de un negro y una banana.
―Oye Trini ―preguntó La Lirio―, ¿supiste algo de La Bien Pagá? Alguien me dijo que ahora vive en Madrid y lleva una vida honrada.
―Sí ―dijo La Parrala―, hablo alguna vez con su hermana, la del mercado, la que se casó con el Bizco. Me contó que se fue con un señor veinte años mayor que ella, que se casaron y que luego lo abandonó. Por lo visto se compró un piso pa ella sola con el dinero de las joyas que él le había regalado. Y ahora, creo, escribe en un periódico y se hace pasar por un hombre. Pero esto es secreto.
―Ay que ver lo que cambian algunas ―respondió La Lirio alargando las palabras, aun ordenando en su cabeza la historia que su amiga acababa de contarle―. ¿Y por qué no vamos a visitarla, Trini? Sería un cuento encontrarla y poder brindar también con ella. Además, así podríamos buscar también a la Celia y cortarle las orejas por pécora.
―Jajajaja, te imaginas Lirio, el putón desorejado con pelito a lo Marlén. La iban a mirar los hombres menos que a la mujer del enterrador, y acabaría pobre y borracha vagando la cloaca, sufriendo la culpa de haber traicionado a una amiga.
Los ojos de La Parrala se entumecieron.
―Sí Trini, la encontraremos, y a La Bien Pagá también ―respondió La Lirio y le agarró el moño que colgaba sobre la nuca.
Entonces, levantó La Parrala su vaso buscando el de La Lirio y gritó con desgarro:
―¡Por el amor muerto!
―¡Y lo que venga! ―gritó también La Lirio.
La Tres Pelos, que parecía haberlas escuchado le susurraba algo al maître sin quitarles ojo de encima. Ambas se percataron, se miraron de nuevo y ahogaron como pudieron su risa incontrolada.

La noche estaba hecha y entraba de tanto en tanto abanicando el quicio de la puerta, trayendo consigo el olor del salitre y la salmuera. Los números se habían ido sucediendo, uno tras otro, todos igualmente soeces, disparando en aquellos hombres y mujeres la furia salvaje de la carne, que de a poco había ido asomando tímida tras los vestidos para acabar formando una trenza brillante de piel marrana y pelo oscuro. La Lirio y La Parrala apuraban a sorbos el licor, mientras sostenían una intensa conversación apenas audible, solamente astillada por la fuerza de la risa con que explotaban una y otra vez.
Cuando la luz de la vela reveló el vacío de la botella, la Tres Pelos no perdió el tiempo en acercarse a ellas.
―Si no van a tomar nada más ya se están yendo.
―¿Cómo dice? ―preguntó La Lirio, mirada turbia y oscilante.
―Que si no van a consumir ya están cogiendo la puerta. Vamos a cerrar y sólo se quedan los clientes de confianza. Y a ustedes que yo sepa no las conozco de ná. Así que venga, a dormir a un portal.
―Vieja puta ―susurró La Lirio.
La Parrala parecía ajena, embebida en a saber qué cuento y miraba a la Tres Pelos con los ojos muy abiertos.
―¿Que has dicho? ―preguntó la dueña afilando cada palabra con sus labios.
―Que eres una mala puta y que si no te acuerdas de nosotras es que estás hueca además de calva.
Antes de que la Tres Pelos levantara la mano para atizarla, La Lirio saltó de la silla como si fuera una culebra y le arrebató la peluca. El silencio se clavó en la sala como una flecha a traición y el rumor comenzó a crecer por entre las mesas. La Parrala salió de su asombro y empezó a dar palmas, a reír y a señalar el cráneo mondo de la Tres Pelos, que por momentos alcanzó a recorrer toda la gama de tonos que recuerdan a la ira. Entonces, con dos puñales por ojos miró a La Lirio y así le habló:
―Al menos yo no valgo un sucio cobre traído de Cuba, ni a mi hombre lo han colgao por cobarde hasta que los buitres hicieron tripas de su cuerpo y los gatos mearon en sus huesos. No eres nadie, no te queda ni el honor y tus carnes ya no valen ni el frío de estas mesas.
El silencio volvió a ser una sombra sólida que enmudeció los rostros. Sólo La Parrala seguía por inercia echando una risita ebria por la boca, sin atender por un instante a lo que iba a suceder.
La Lirio, sin mediar palabra, golpeó el cráneo mondo de la Tres Pelos, justo a la altura de la coronilla, y esta cayó al suelo dejando escapar una tos de plumas por la boca. Se acercó a la barra, tras la cual el maître se hallaba escondido, tomó dos botellas que destapó con los dientes y empezó a vaciarlas alrededor de la dueña que gemía levemente, tendida. Un soldado desenfundó su arma y La Lirio lo tumbó de un botellazo. Las chicas empezaron a gritar y los hombres gritaban aún más fuerte que las chicas, borrachos y aterrados, pero antes de que toda la turba pudiera apiñarse en la puerta para salir huyendo, La Lirio arrojó una pava que amablemente había robado de los labios de un marinero, y una cortina de fuego brotó del suelo, separando el café en dos infiernos bien distintos, uno con salida y otro sin ella.
La Lirio agarró del pelo a La Parrala, que ya empezaba a dorarse, y antes de cruzar la puerta miró aquella estampa, hizo una reverencia y dejó caer su ironía,
―Así lo bailan en Cuba, que empiece la función.
Y aún tuvo tiempo La Parrala de robar otra botella y volverse sombra a lo lejos con su amiga, mientras la miraba y sonreía nerviosamente, con la cara de quien acaba de destapar el regalo de su vida.
―Eres tremenda Lirio, ahora sé por qué viniste.
―A que ahora sí Trini, me invitas a un trago ―le dijo La Lirio mientras le golpeaba cómplice con el codo en las costillas.
Las risas se fueron apagando a medida que el fuego devoró el café por completo.

jueves, 7 de enero de 2010

GALÁN DE NOCHE:



Me llamó mi cuñada una mañana este verano. Quería hacerle un regalo a mi hermano por el día de su cumpleaños y había pensado que yo, a lo mejor, podía darle forma a algo que ella tenía en mente.
- De qué se trata -, le pregunté, mientras le pagaba el cazón al pescadero.
- Quiero regalarle un galán de noche.
- Y eso qué es, y disculpa mi ignorancia.
- Pues mira, sirve para ponerlo a los pies de la cama y a tu hermano le viene estupendo para no seguir dejando todo tirado cuando se desviste.
- Ah!, un desvestidor...
- Sí, es lo mismo -, añadió ella.
- Vale, yo creo que sí, déjame a ver si se me ocurre algo y te llamo cuando vaya a empezarlo -. El pescadero llevaba casi medio minuto esperando a darme las vueltas y me chistó levantando el mentón y alargando su mano con los cuatro cobres.
- Yo puedo ofrecerte unos 100 euros, ya sabes que no somos ricos -, dijo mi cuñada.
- Ehhhhh..., vale -, dije calculando muy por encima algo que todavía no sabía ni de qué se iba a componer. Total, era mi cuñada, y el regalo era para mi hermano, hubiéramos llegado a un acuerdo de todos modos, incluso aunque saliese perdiendo plata. La familia es así, incontestable.



Al mes y medio, entonces quince días pasados ya del cumpleaños de mi hermano, tenía terminada la pieza. El diseño era sencillo y lo concreté una mañana de esas de fogonazo, cuando tuve que saltar de la cama de mi amante para garabatear en un minúsculo papel un dibujito que yo sólo comprendía. Sería antropomórfico. El tronco sería una viga de pino de 7 x 7, de una remesa que me quedó de una obra que nunca llegué a realizar. Los brazos como perchas en cruz, utilizando unos viejos pies de lámpara en bronce que había visto en el rastro. El cuello y la cabeza lo formaba un viejo mástil de guitarra de juguete que encontré en la calle hace ya muchos años. La base sería de acero para sostener el peso e iría lacada en negro. Se la encargué a un herrero del polígono que hizo un trabajo magnífico con la soldadura. Por último, le pegué un trozo de fieltro a la base para evitar que el acero rozase el suelo. La pieza estaba armada por ensamblaje, de tal forma que podría desmontarse en un hipotético caso de mudanza o divorcio. Telefoneé a mi cuñada para contarle un poco el diseño y ella le concedió plena confianza a mi gusto.
- Perfecto, entonces, os lo llevo esta noche.



Tuvo éxito, había quedado un buen trabajo. Mi cuñada tan contenta. Mi hermano a la par.
- Parece una escultura -, me dijo.
- Lo es -, le respondí bromeando.
- En serio, va a ser una pena cuando la cubra toda de ropa y no se vea.
Entonces, lejos de ser un problema, aquella observación que mi hermano hacía a las puertas de su nueva propiedad, me hizo recordar una sentencia, de esas que gustan hacer a los teóricos. Aparecía en “El Retrato de Dorian Gray“, en el prefacio, donde Oscar Wilde enumera una serie principios que, supongo yo, componen su convicción estética. Decía así:

Todo arte es completamente inútil.



Me hizo gracia y le pedí a mi hermano que no se preocupase, que al fin y al cabo un galán de noche servía para eso.
- Un galán de qué -, preguntó.
- Un desvestidor.
- Ah -, asintió mirando sin mirarme.

martes, 5 de enero de 2010

LA EXQUISITEZ DE LO ESQUIVO:



A veces pasa. Uno se prenda de un artista, lo vive intensamente, lo enmaraña de vivencias y acaba por convertirlo en la banda sonora de una parte de su vida. El tiempo pasa y el artista ya se fue, como antaño, con sus luces y acordes a cuestas. Uno piensa, muy de vez en cuando, el día en que vuelva a aparecer, a iluminar de nuevo nuestra vida, como dando por hecho que se tratase de una estación que de forma cíclica vuelve y vuelve cada vez. Sí, uno pone allí a los artistas, a la orilla del silencio, a merced de la sorpresa. Pero claro, la vida es una red de sucesos, no tan distinta a grandes rasgos para todos y puede suceder que el artista ya no vuelva nunca más. ¿Y por qué?, nos preguntaremos. Pues por la simple razón que mejor no pudo decir Rubén Blades: Yo soy el cantante, muy popular donde quiera, pero cuando el show se acaba, soy otro humano cualquiera. Y como tal, vive, sufre, ríe, se enferma y también se muere.

Pero esto uno ni lo piensa, nunca escucha al panameño cuando Lavoe lo entona. Cree que la música es algo sobrenatural, que hay que dejarse crepitar por ella desde dentro y que nos salgan llamas por todo el cuerpo. Y así fue que me pasó, cuando esta tarde, navegando por la red, me topé con la fatídica noticia que anunciaba el reciente fallecimiento de Lhasa de Sela. ¡Casi me atraganto!

El proceso de asimilación, esto es, de racionalización de una muerte así, es, al menos para mí, digna de todo un duelo. Del estupor paso a un sosiego turbio y no lo dudo ni un instante en descorchar esa botella de blanco que guardaba en la nevera para alguna ocasión especial que nunca parecía llegar. Al primer vaso, no puedo por menos que asaltar Youtube, en busca de a lo sumo diez canciones, como diez látigos, que me hagan revivir con toda su fuerza al artista. Entonces lloro, sí, lloro por Lhasa de Sela y por la ignorancia de un mundo que aún no sabe lo que está perdiendo. Me asaltan cavilaciones sobre la brutal belleza de algunas cosas, desmesurada al compararla con la fútil impronta que dejan en este mundo de logos y tendencias. Rabio, lanzo vino al suelo a la salud de los muertos y hasta maldigo al Rey del Pop, sólo por ser rey y robar contemplación al resto. Quien pudo verla, escucharla y sentirla a no mas de veinte metros, sabe que la muerte se equivoca por esta vez.

Como sucede siempre, el duelo va mermando, todo se seca al paso del tiempo y la clarividencia hace brotar ciertas ideas. Es por esto que consideré certero enunciar brevemente la vida y obra de esta artista, a la que tristemente el cáncer ha podido a la edad de 37 años, cuando aún tenía todo un camino artístico por recorrer.

LHASA DE SELA:

Itinerante como su linaje, no pudo ser de otra forma, creció una flor extraña que más temprano que tarde se marchitó dejando enrarecido el aire. Newyorquina de cuna, trilingüe y sensible, arranca a hablar cantando, trenzando ya desde el inicio varios estilos diferentes: klezmer, ranchera oscura, chanson, pop...

Desde Montreal concretará una primera entrega discográfica de la mano del productor canadiense Yves Desrosiers, a la que nombra La Llorona (1997), como la célebre cuita que inmortalizara Chavela Vargas, con la cual hace tambalear a gran parte de la crítica internacional. La duda es lanzada al aire, ¿cómo etiquetarla?

Con 700.000 copias vendidas y diversos premios recibidos tanto en Francia como en Canadá, pareciera que la carrera de esta artista fuera a consolidarse de un sólo golpe. Aunque lejos de suponer pura miga para la industria, su carrera adquiere un brillo intermitente, no fácil de digerir para estómagos presurosos.

Lo demuestra seis años más tarde con su segunda entrega, The Living Road (2003), donde hace gala de un inspirado eclecticismo tras el que se esconde un impulso puro y ajeno al despiece. Las tres lenguas en que canta (inglés, francés & español), se antagonizan al igual que los estilos, y de nuevo los juicios frágiles caerán en quiebra al intentar encasillarla. Exótica, sí, pero qué tamaña trascendencia abarca tal categoría que rebosa los límites del entendimiento.

Sin embargo este sesgo apátrida que la envuelve, la catapulta al mismo tiempo a formar parte del gusto del mundo, que la celebra por igual, de México a Alemania o de Canadá a Turquía. Numerosas son las películas, series o documentales que incluyen sus canciones a modo de colchón y numerosos también los artistas que piden que colabore con ellos. Quede como intento inesperado para los anales de la industria, su proclamación como “Mejor artista de las Américas“ en 2005 para los Worl Music Awards de la BBC.

Y de nuevo el silencio... Tiene que llegar el 2009 para que el trino vuelva a oírse. De nuevo un disco, el póstumo, titulado de forma homónima por si cabía un atisbo de despiste. Lhasa (2009), atesora como un reloj en sus entrañas, la mecánica del gusto exquisito y la autodeterminación. Son doce cortes de fresco diálogo entre la artista y sus músicos, una atmósfera que acoge en su seno la eternidad de los minutos. Enteramente en inglés, Lhasa oscila definitivamente a texturas que lindan con el folk y el blues norteamericano, aunque siempre manteniendo ese sello travestido que la hace única.

A lo largo de esta breve pero intensa discografía, uno puede hacerse a la idea del valor que atesora esta artista, ya sea a través de sus textos, donde las palabras bordan un encaje caprichoso de versos encorazonados, o de las producciones, que a base de sumar matices y capas, surgen como gasas que arropan el timbre cavernoso de su voz. Nada tienen sus oscuros que envidiar a Tindersticks o Tom Waits, o visto desde otro prisma, diríase que el alma de Violeta Parra despegó a la luna para volver de nuevo al canto con sed mundo, eso sí, con paso silente, que igual que vino ya se ha desvanecido.

Donde quiera que estés, Lhasa, gracias por lo que dejaste.